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Faust deprimido. Cubierta de "La Société des Hommes Célestes" (Amazon.fr) Faust deprimido. Cubierta de "La Société des Hommes Célestes" (Amazon.fr)

 

La depresión del  « senior »

 "La dépression du senior", conferencia en el Forum Midlife (Cité Internationale de Lyon, febrero 2007) organizado con la participación de Gérard Wormser, fundador de Sens Public, de Michel Noir, ex-alcalde de Lyon, y de Stephan Hessel, inspirador del movimiento de los « Indignados » .



 
Desde la Antigüedad la depresión es una de la enfermedades de la mente más conocidas y también más temidas por el ser humano. Muy estudiada por los médicos, los psicólogos, los filósofos e, incluso, por los escritores (el « spleen » poetizado por Baudelaire ha llegado a ser célebre), podemos abordar la depresión desde numerosos ángulos de observación diferentes, especialmente a través de la neurobioquímica y de la neurofisiología.

La actividad de los neurotransmisores en las sinapsis neuronales está hoy día claramente identificada y nos permite comprender mejor, por ejemplo, la acción de los medicamentos antidepresivos. Pero no es a partir de este ángulo, puramente químico, ni bajo el aspecto estrictamente médico que analizaremos la depresión (la psiquiatría reconoce una buena docena de cuadros clínicos), sino que abordaremos la « depresión del sénior » desde un ángulo « existencial ». ¿Cómo nace y se arraiga esta enfermedad en la existencia humana?

Tomemos como punto de partida un caso legendario, del cual muchos hemos oído hablar alguna vez: la depresión del Doctor Fausto, personaje histórico que vivió en el siglo XVI y cuya leyenda ha alimentado numerosas piezas de teatro, poemas, novelas, películas, etc. He aquí lo que Nicolás Lenau, el gran poeta austríaco contemporáneo de Goethe, pone en boca de Wagner, el discípulo del Doctor Fausto, espantado y apiadado por la depresión de su maestro :

                   "Dios mío, Doctor Fausto. ¡ Todo su ser se ha transformado! 

                  Se puede leer en cada uno de sus rasgos algo que no me atrevo a decir en voz alta. 
                  
                  Toda alegría lo ha abandonado, como si estuviera quebrado interiormente. 
                  
                  De un humor sombrío no me dirige ni una sola palabra desde hace largas semanas, ¡a mí, su fiel amigo!"

En efecto, al llegar a la edad del sénior, Fausto cae en una profunda depresión. Para él la vida ha perdido su sabor, ya no tiene más interés ni sentido. Sin embargo Fausto es un hombre maduro que ha tenido éxito en la vida. Es un médico respetado y admirado por la gente del pueblo y por sus colegas, así como por los estudiantes, Wagner entre ellos, quien ha llegado hasta su residencia pidiendo alojamiento e instrucción. Aun así, el Doctor Fausto, infatigable buscador del conocimiento, movido durante largo tiempo por un deseo de Saber Absoluto, tiene el sentimiento de haber desperdiciado su vida. Absorbido por sus investigaciones, perdido en sus libros, cautivo de su profesión, ha dejado pasar la época de los amores, de los placeres, de las proezas del cuerpo, en una palabra, ha dejado pasar su juventud sin haber conocido verdaderamente la alegría de vivir. Y esto en vano pues, habiendo sacrificado todo en búsqueda del conocimiento absoluto, nunca lo ha encontrado:

         "Derecho, Medicina,
          También Teología !
          Todo le he estudiado a fondo
          Con ardiente esfuerzo.
          Y heme aquí, pobre loco,
          No más avanzado que antes…"

se queja en la versión goethiana de la leyenda fáustica.

Sumido en la melancolía, el Doctor Fausto recurre a los Espíritus y convoca a Mefistófeles para que venga a ayudarlo. Está incluso dispuesto a venderle su alma para recuperar, no el tiempo perdido, sino la fuerza de la juventud y alcanzar el conocimiento de la verdad y el dominio del mundo. ¿ Qué sénior de hoy, hundido en la depresión, no se dejaría tentar por un Mefistófeles capaz de aportarle -aunque fuera sólo por 24 años (duración del pacto según Goethe)- juventud, placeres de la carne, saber y poder ? Por desgracia o gracia en nuestra época, cuando el Mal parece dominar largamente sobre el Bien, no es fácil procurarse un buen Mefistófeles.

Volvamos a la depresión en cuanto tal. ¿Por qué un hombre maduro, un sénior incluso « logrado » (es decir, alguien que no ha sido excluido del mundo del trabajo, traicionado en amor o en amistad, o sufrido un accidente corporal o una tragedia familiar) cae en la depresión? ¿Es algo ineluctable a causa de la edad que avanza? ¿Hay una salida? Pero antes preguntémonos, ¿qué es un sénior? ¿a partir de qué edad se puede considerar que un hombre o una mujer han llegado a ser « sénior » ?

En el siglo XIII Dante Alighieri, exilado de Florencia y hondamente deprimido, se interrogaba sobre los límites cronológicos que separan las diversas etapas de nuestra vida. En una de sus obras -Il Convivio- reconoce cuatro : la « Adolescenzia » (acrescimento di vita), que va desde el nacimiento hasta los 25 años ; la « Gioventute » (étà di giovare), entre 25 y 45 años ; la « Senettute », entre 45 y 70, edad que corresponde a la madurez, es decir, al sénior y, finalmente, la « Senio », la ancianidad, a partir de los 70 años. Pero esto pasaba en el siglo XIII, cuando la esperanza de vida era mucho más corta que hoy.

Permitiéndonos nuestros propios cálculos en la actualidad y apoyándonos en los progresos de nuestra época, podríamos decir que la infancia va desde el nacimiento hasta los doce años, la adolescencia desde los trece a los diecinueve, la juventud de los veinte hasta los treinta y nueve, la madurez -el período más largo y estable- desde los cuarenta hasta los setenta y cinco, y la vejez de ahí hasta la muerte.
 
Supongamos entonces que hoy día, a comienzos del tercer milenio, un sénior sea una mujer o un hombre que, por razones sociales o individuales, percibe que su decadencia física y psíquica ha comenzado, decadencia visible para él mismo y para su entorno. Tratándose de la mujer los límites son bastante claros, pues ella constata durante la cuarentena que su período de fertilidad está terminado. Es la menopausia, con su sustrato hormonal, en especial ovariano. En el hombre las cosas son menos nítidas, la andropausia es más insidiosa, menos evidente, al menos en un comienzo. En todo caso existe, tanto para el hombre como para la mujer sénior, un sustrato físico concreto que tiene una relación directa con el descenso de la producción hormonal.
No analizaremos aquí los detalles del cuadro endocrino de la decadencia orgánica y psíquica del sénior. Solamente es importante tener en cuenta que su inicio coincide con la disminución progresiva de la producción de hormonas sexuales (estrógenos, testosterona), disminución que provocará un desequilibrio global del sistema endocrino. El sénior comienza a experimentar los primeros malestares debidos a su edad: sensación de fatiga, sofocos y rubores repentinos, perturbaciones del sueño, del apetito, de su sexualidad. Y, por supuesto, aparición de crisis de ansiedad y tendencia a deprimirse. Dado que por esencia la naturaleza hace bien las cosas, habrá un primer reajuste orgánico, una especie de reequilibrio de las funciones corporales y psíquicas…antes de una nueva fase de decadencia. El descenso hacia la vejez y la muerte se hace por etapas.

Dejemos de lado las enfermedades más graves -cáncer mamario, de la próstata, del útero, hipertensión arterial, diabetes, infartos, etc.- que pueden aparecer en el sénior como consecuencia del desequilibrio hormonal provocado por la edad. Cada una de esas enfermedades merece un estudio particular. Miremos en cambio lo que ocurre en un plano fisiológico. El sénior, hombre o mujer, comienza a tomar conciencia, poco a poco, de que su cuerpo cambia y con ello, su apariencia física : aparición de arrugas, caída progresiva del pelo, pérdida de dientes, disminución de la agudeza visual y acústica, sequedad y flaccidez de la piel, de las mucosas, etc. ¡El sénior tiene en realidad de qué sentirse inquieto! Su masa muscular y sus fuerzas disminuyen, sus articulaciones se hacen dolorosas, cualquier golpe puede causarle una tendinitis rebelde, su agilidad y su fuelle decrecen. Resumiendo, su cuerpo comienza a fallarle y, paralelamente, la angustia de verse envejecer y de acercarse a la muerte empieza a instalarse en su psiquismo. Es entonces que la depresión del sénior puede hacer su aparición.

Pero, ¿qué es la depresión? ¿Cómo distinguirla de una crisis de angustia? ¿Qué diferencia la depresión del sénior de otros tipos de depresión, por ejemplo, aquélla que puede acompañar la adolescencia? Pues si hay dos períodos de la vida que se parecen, pero al revés, son la adolescencia y el principio de la edad del sénior, dado que el adolescente también tiene que enfrentarse a un cambio de su imagen corporal. Podemos comprender toda esta problemática en términos puramente energéticos, en términos de producción y pérdida de energía psíquica, de su distribución y su equilibrio.

En el caso de la angustia, sobre todo aquélla que afecta al adolescente, se trata de una mala distribución de la energía psíquica. En cambio, en el caso de la depresión es la pérdida de energía lo que ocurre, su mengua e, incluso, en ciertos casos muy graves, su cuasi desaparición. Pierre Janet (cuya obra puede ser comparada, al menos por su volumen, a la de Freud), hablaba de « tensión psíquica ». Y Freud veía, en lo que él llamaba « la libido », la fuerza que mueve toda la vida de la psiquis. Pero los dos sabios reconocieron en el flujo y reflujo de la energía psíquica, en su incremento y su debilitamiento, el secreto de la actividad mental.

En la depresión, entonces, es posible constatar una fuerte disminución de la energía mental. Ahora, puesto que la naturaleza ha dotado al ser humano de una abundancia notable de potencia orgánica y psíquica, largamente superior a las necesidades de la vida ordinaria, no es el proceso natural de envejecimiento lo que podría, por sí solo, explicar la baja de la energía mental que caracteriza la depresión del sénior. Efectivamente, hay varias otras causas, tanto psíquicas como existenciales.

Como el adolescente, el sénior también tiene un problema de reajuste de su imagen corporal, continuamente cambiante. Pero al revés del adolescente, que debe, por ejemplo, adaptarse a un súbito y rápido crecimiento corporal, o a la aparición de una pilosidad densa allí donde no había sino una piel lisa, el sénior debe adaptarse a la degradación progresiva de su cuerpo, que comienza a fallarle por todos los lados, como un auto ya muy usado.

En consecuencia, para él hay sufrimiento no solamente porque su cuerpo responde menos y menos a lo que se le pide, sino también porque la imagen de sí mismo se altera y la psiquis debe reajustar la representación mental del cuerpo, operación que exige una inversión energética suplementaria cuando, precisamente, la producción de energía comienza a disminuir a causa del envejecimiento. Esto sin contar que la psiquis y su soporte orgánico -principalmente el cerebro y el sistema nervioso central- también envejecen. La memoria, al igual que la vista o el oído, empieza a debilitarse, dando lugar a las amnesias llamadas « recientes » y, simultáneamente, a las hipermnesias retrógradas. El sénior, a la vez que olvida fácilmente sus llaves, sus anteojos, sus papeles, etc., se ve asaltado por el recuerdo de las épocas más recónditas de su existencia, recuerdos tan intensos como impertinentes. Por otra parte el sénior, espantado consciente o inconscientemente por la eventualidad de envejecer y de morir, quiere a veces volver atrás, a la época de la juventud. ¡Es lo que Fausto le pide a Mefistófeles! Por desgracia, no se cambia de cuerpo como se cambia de auto. Todo lo más, es posible mantenerlo y repararlo temporalmente.

La tentativa del sénior para volver a su juventud puede costarle muy caro. Buscándola, se impone a veces proezas deportivas, sexuales y profesionales que pueden dañar gravemente su organismo, ya fragilizado, o desorganizar su vida familiar, laboral, intelectual. Fracturas, infartos, accidentes vasculares cerebrales, enfermedades sexuales, adicciones a los psicofármacos, al alcohol, divorcios, nuevos matrimonios con parejas más jóvenes, nuevos divorcios, operaciones de cirugía estética, inestabilidad profesional, etc. La lista de perjuicios causados por una actitud errónea frente al inevitable reajuste de la imagen corporal, de la evolución de la imagen de sí mismo en la conciencia, es muy larga. Y esos daños, además de las graves enfermedades que pueden desencadenar, son también el origen de crisis depresivas agudas que acaecen cuando el sénior comprende que no puede volver atrás, que no hay Mefistófeles válido, ni siquiera por un breve pacto de unos pocos años de placer y de poder. Entretanto, ha gastado tal vez una fortuna y, en todo caso, ha gastado inmensas cantidades de energía.

Buda y sus discípulos veían el ciclo de la existencia como una cadena perpetuamente renovada: nacimiento, sufrimiento, vejez, muerte, nacimiento, sufrimiento, etc. El sénior llega a una etapa de su vida en la cual toma conciencia de que la muerte -esa eventualidad que durante su infancia y su juventud tenía una realidad sobre todo estadística- ahora está próxima. Y, agnóstico o creyente, convencido o no de la existencia de un más-allá, tiene miedo. « ¡Todos tienen horror de la muerte! », escribe Fernando Pessoa, el inmenso poeta portugués, autor, como también Lenau, Goethe, Valéry, Mann, Butor y muchos otros escritores, de un Fausto. Georges Gurdjieff, maestro espiritual que fue más o menos su contemporáneo, no dice otra cosa en sus Relatos de Belcebú a su nieto: "A parte de ese hecho terrible que es nuestra propia muerte…" Sí, terrible. Y el sénior no puede sino confirmar que la decadencia de su cuerpo no tendrá otro corolario que su aniquilamiento. ¡Hay entonces, en verdad, materia para deprimirse!

¿Cómo escapar a la depresión? ¿Hay una salida, un tratamiento, una curación de una enfermedad que, al fin de cuentas, podría ser identificada con la vida misma ? ¿Cuáles son los medios, los remedios, las terapias que la ciencia moderna está en condiciones de proponer al sénior por poco que su depresión sea reconocida como una enfermedad « oficial »?

En primer lugar, el médico que recibe en su consultorio un sénior deprimido tiene el deber de descartar en su paciente toda patología orgánica en cuanto origen o resultado del estado depresivo. Solamente después de descubrir y tratar esas patologías orgánicas, el terapeuta estará en situación de ayudar al sénior deprimido. Y va a confirmar que la depresión del sénior corresponde a la evolución natural de la vida humana. Por otra parte, si nos permitimos considerar a la enfermedad no como una catástrofe, sino como el último recurso de la naturaleza para salvar la vida -pues toda enfermedad encierra la llave de su curación y toda curación implica una reincorporación del ser en el orden de las leyes naturales y esto en un plano superior a aquél que había precedido a la enfermedad- entonces podríamos decir que la depresión del sénior es una buena cosa. En realidad, más que el alivio que puedan aportarle puntualmente algunos medicamentos (entre ellos los fármacos antidepresivos), la verdadera terapia es el desarrollo de su conciencia y la aceptación de su condición humana. El sénior deprimido no tiene  otra salida de su desgracia, de su miedo, que alcanzar un nivel superior de conciencia. Es gracias a un trabajo metódico sobre sí mismo (y los métodos son numerosos y variados) que el sénior puede llegar a ser aquél o aquélla que en las civilizaciones antiguas (pero también en ciertas sociedades llamadas « primitivas ») era no un individuo desdeñado, marginado como ocurre frecuentemente en nuestra sociedad, sino al contrario, una persona respetada, escuchada y seguida como un ser humano benéfico, capaz de ayudar a sus congéneres a encontrar, también ellos, la vía de una vida armoniosa.
 
 
 
 
Nota Bene : Los alumnos de algunas escuelas herederas de las milenarias sectas pitagóricas y de las tradiciones orientales, trabajan en el desarrollo del llamado « cuerpo astral », cuerpo puramente psíquico, paralelo al cuerpo ordinario, pero que, a diferencia de éste, no envejece sino que se desarrolla y perfecciona con el paso del tiempo para atravesar el momento de la muerte como un despegue y alejamiento de la materia orgánica, simple soporte de la conciencia que entra así en el éxtasis de la eternidad del ser.


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